domingo, febrero 06, 2005

El egoísmo es un toro muy difícil de voltear

En nuestra infancia conocimos a un hombre que solía voltear novillos tomándolos de las guampas. El pesado animal venía a la carrera, levantando un polvaredal que lo tapaba. El hombre, mirando fijamente con sus ojos verdes lo esperaba alerta. Cuando el animal estaba por llegar a él se lanzaba hacia su cabeza, tomaba un cuerno en cada mano y con un movimiento ágil lo derribaba. Después venían los peones, rápidamente se tiraban encima y lo inmovilizaban.
El mismo hombre que tan fácilmente efectuaba esas hazañas, solía irse de su hogar por tras de alguna mujer, dejando a su familia abandonada. Regresaba desencantado, agrio, sin entusiasmo ni dinero, varios meses después, reclamando encima que su esposa y sus hijos lo consolaran.
Estas costumbres bárbaras se conservan aún hoy en algunos lugares de nuestra campaña. Cuán deseable sería que estos hombres, así como se animan a enfrentar fieras bestias con riego de su vida, se atreviesen también a enfrentar al egoísmo, esa bestia nefanda que todos llevamos dentro. Y que produce calamidades peores que las magulladuras de un toro. Pues lastiman para siempre el alma de quienes deberíamos haber amado y no lo hicimos.

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