domingo, mayo 02, 2021

Diálogo con la Dra. Alcira Argumedo

 “LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA REQUIERE LA DEMOCRATIZACIÓN DE TODOS LOS ESPACIOS DE LA VIDA SOCIAL”



       Foto: Daniel Pérez.

 

Alcira Argumedo es una mujer tenue, de aspecto concentrado. Esa impresión se diluye un poco al oírla hablar, con tonos graves: se percibe entonces una voluntad sólida. Intelectual de prestigio en el campo de las Ciencias Sociales y la Economía, sus libros influyeron, de un modo importante, en el reflexionar latinoamericano de los últimos veinte años. Investigadora del CONICET, participó como conferencista en las jornadas que organizara recientemente la Universidad Nacional de Santiago del Estero. En esa oportunidad nos concedió la siguiente entrevista.

 Julio Carreras: Usted dijo que el proyecto del gobierno nacional es como tirar salitre en la Pampa Húmeda. ¿Esto se refiere al campo de la economía, principalmente?

Alcira Argumedo: Se refiere a una conjunción de factores negativos que, de alguna manera se originan en no estar percibiendo la transformación drástica que se ha dado en el campo internacional. Si el elemento esencial de los países que puedan entrar adecuadamente al siglo XXI va a ser su capacidad de disponer eficientemente de información, de conocimiento, de innovación, o lo que se llama recurso de conocimiento intensivo, se presenta la situación de decadencia del sistema educativo que surge cuando nos preguntamos dónde comienza a gestarse ese recurso. El tema de la desarticulación de los sistemas de la ciencia y la tecnología, o del acoso a la universidad por lo que mencionaba, los nuevos pozos de petróleo, un proceso de desindustrialización ligado a políticas de flexibilización de la mano de obra que están descalificando.

Fíjese que hay un treinta por ciento de desocupación de jóvenes menores de veinticinco años. De esta cifra, un cuarenta y cinco por ciento ingresan de manera precaria en el mercado del trabajo, o sea en forma inestable o en negro, lo que implica que no se les permite tomar un oficio y formarse. Esto significa que la Argentina va a tener el setenta y cinco por ciento de su población -de gente de alrededor de treinta años- económicamente activa, absolutamente descalificada, lo cual indica que se aproxima el ingreso de nuestro país a un callejón sin salida.

J.C.: ¿Cree que detrás de esto puede haber una posición ideológica que permita suponer un proyecto deliberado, o es nada más que un proyecto que no tiene en cuenta a ciertos sectores, que aparentemente están condenados a desaparecer?

A.A.: Existen ambas cosas. Por un lado la transformación se da aceleradamente desde los años ochenta. Esto se presentó en ciertos países acompañado de un predominio de modelos neoliberales, lo cual afirma que estos modelos neoliberales han demostrado que no son funcionales aún en los países centrales que los llevaron adelante. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde se puso en práctica esta política de flexibilización y calificación laboral, los productos tienen cien veces más fallas que los japoneses. Sin reivindicarlos sino tomando en cuenta las grandes variables de sus proyectos, que no responden al modelo neoliberal, tuvieron una mayor efectividad porque centraron su política en un fuerte desarrollo de la educación. Veamos: el noventa por ciento de los chicos que entran en el primario terminan el secundario. De ellos la mitad estudia en niveles terciarios o universitarios. Esto quiere decir que tienen el noventa por ciento de la población con el secundario completo y el otro cincuenta por ciento con títulos universitarios y terciarios. Esto es una altísima calificación. En una política donde más del setenta por ciento de los trabajadores son vitalicios, los empleados que ingresan en un trabajo, lo pueden conservar casi de por vida. Esto determina estabilidad en el trabajo, lo cual les permite calificarse y, al mismo tiempo, la calificación juega como un elemento decisivo, pueden aportar conocimiento, innovación, ingenio para enriquecer el patrimonio productivo de la sociedad. Esta política racional es lo que les ha permitido a los japoneses dar el inmenso salto tecnológico y económico de que disfrutan.

Creo que hay notables fallas internas de los proyectos neoliberales, que no les han permitido ser funcionales para sustentar un esquema de sociedad viable. Sobre todo no fueron funcionales por algunos de los valores con los que se mueve el liberalismo económico, que son el egoísmo, el individualismo, el lucro por sobre todas las cosas, la competencia feroz, cuando en el tipo de producción que se requiere actualmente hay necesidad de mucho trabajo colectivo, pensamiento común, grupos de trabajo, visiones de conjunto.

Frente a esto los japoneses se basaron en los valores del mutualismo, lo cual significa que una sociedad va a ser estable y apacible en la medida que haya mutuos beneficios para quienes la integran -ya que en toda relación humana debería haber mutuo beneficio y no la competencia entre todos que termina siendo destructiva.

J.C.- Esto no parecía presentarse así en los años 60 o 70, cuando los Estados Unidos y Europa gozaban de una “sociedad de bienestar”, cuyos modelos tomaban como meta muchos gobiernos progresistas en el mundo entero...

A.A.: Todo este proceso se ha dado rápidamente. Fueron diez años muy acelerados. Si ha dado malos resultados en Inglaterra y Estados Unidos en nuestro país ha sido arrasador. Debería entenderse ya que por este camino es imposible encontrar soluciones. Creo que esta es la clave de la situación.

J.C. : Hay una propuesta desde el punto de vista filosófico, concretamente desde Apel, llamada la “Ética del discurso”, a través de la cual se propone el diálogo entre los países desarrollados y subdesarrollados, como un camino para lograr que estos planes económicos aplicados a escala internacional tengan menos resultados negativos. ¿Usted qué opina de esta propuesta, surgida desde los países más desarrollados?

A.A.: Mire, lo que sucede es que los dirigentes de los países desarrollados tienen mucha preocupación por los resultados de sus propias propuestas. Esto se ve, por ejemplo, en la Conferencia de El Cairo donde se quiere que disminuya la población de estos llamados países periféricos como los de Asia, África y América Latina.

El tema se plantea como que la tendencia a disminuir el número de hijos tiene una muy fuerte relación con la posibilidad de alcanzar mejores niveles de bienestar de que dispondrían, en ese caso, las familias. De lo que no se está hablando seriamente es de cómo recuperar niveles de bienestar en la familia, para que el número de hijos pueda disminuir. Ellos tienen muchos hijos porque la mortalidad infantil en esos sectores es altísima. No se autocontrolan los nacimientos pues hay factores externos que para ellos son determinantes. Como sus hijos mueren, procrean más hijos para garantizarse la posibilidad de que algunos sobrevivan, y poder así tener descendencia. Me parece que éste es el tema.

Creo que ha habido en la historia muchos planes o propuestas a través de las cuales los países centrales han proclamado su intención de ayudar a los países subdesarrollados. Por ejemplo en la década del desarrollo, los 60, la Alianza para el Progreso, la Iniciativa para las Américas... siempre hay grandes promesas, pero en sus conclusiones sucede que la lógica que ellos imponen a estos países termina redituándoles beneficios solamente a ellos, y profundizando la situación de crisis del resto.

J.C.: ¿Cuál sería el camino para nuestro país?

A.A.: Creo que acá hay que tener en cuenta una cosa. La producción de este recurso o conocimiento intensivo requiere, ante todo, una democratización de la educación. Esto significa una ampliación del conjunto de la sociedad y una educación de alto nivel. Este tipo de educación no puede alcanzarse si no se garantiza una democratización de otros espacios de la vida social, como por ejemplo la salud, el bienestar de la familia, la distribución del ingreso, el acceso a viviendas dignas y un hábitat que permita desarrollar un contexto positivo para la profundización de la educación. A su vez esto tiene que ir acompañado de nuevos tipos de calificación laboral. El tema es que el caso requiere de una redistribución de la riqueza social en gran escala. Hay que democratizar la riqueza social. En este sentido, antes o después, se demuestra que, así como la revolución industrial no podía ser llevada adelante por sociedades de alta polarización social, como por ejemplo las de los señores feudales o los propietarios de esclavos, entre otros, sino que requirió formas de mayor equidad social, esta revolución tecnológica requiere, como un claro requisito para entrar en la modernidad, una democratización de todos los espacios de la vida social.

Esto se explica con las leyes del mercado, las cuales están demostrando que generan con su lógica que los pobres sean cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos. Pueden buscarse recetas alternativas. Lo han demostrado Japón y Alemania, países a los que les ha ido mejor que a los que usaron las leyes del mercado.

Se requieren nuevas políticas y orientaciones por parte de un nuevo tipo de estado -hablamos del estado que entra en crisis- que garantice un proceso de redistribución de riquezas en gran escala para respaldar la producción de conocimiento intensivo que es la clave para entrar en el tercer milenio. Creo que ahí está el elemento central del proceso.

Quiero destacar una cosa: en cualquier país capitalista, el monto del ingreso que recibe el estado en concepto de impuestos a los grandes patrimonios -que Clinton acaba de aumentar- es un cuarenta por ciento más del que recibe en concepto de impuestos por consumos, como el IVA. Acá hay sólo la tercera parte. Si acá se cobraran impuestos progresivos como en Estados Unidos, donde los que más pagan son los que más tienen, la ecuación se modificaría radicalmente. Estamos hablando de cerca de veinte mil millones de dólares al año que aquí se otorgan como subsidio a los grandes grupos económicos, a las grandes corporaciones que tienen ganancias extraordinarias, en concepto de no cobrar ese impuesto progresivo. Esa suma triplica el presupuesto que actualmente se otorga a la educación -que en la actualidad es el recurso estratégico por excelencia. Con esto no estamos hablando de transformaciones gigantescas, estamos hablando simplemente de llegar al equilibrio social, que permita iniciar procesos de democratización integral en todo el país. Porque en estas condiciones, la Argentina no podrá entrar con alguna posibilidad de éxito en los escenarios del siglo XXI.

J.C.: Desde el punto de vista sociológico, ¿cómo interpreta el estallido social de Santiago del Estero, que tuvo lugar en diciembre de 1993?

A.A.: Creo que fue una manifestación de los altísimos costos que han exigido estos modelos. Sobre todo el hecho de que se está generando una situación en la cual las políticas neoliberales dejan a determinadas regiones y sectores sociales en un callejón sin salida. No les otorgan ninguna nueva perspectiva, más allá de la pobreza de los años sesenta, cuando eran pobres pero había ciertas luces, ciertas posibilidades de mejorar la situación vital. Por ejemplo, un trabajador podía hacer que su hijo llegara al secundario o a estudiar en la universidad. En este momento, el tipo de pobreza que generan los modelos neoliberales son pobrezas “emblocadas”, sin salida. Por lo tanto se generan también conductas de desesperación, justamente porque no se le da a la gente ninguna salida.

Más allá de cuál fuera el detonante específico, es evidente que a estas provincias a las cuales explícitamente se les dice: “Ustedes son inviables”, no se les hacen aportes, ni se les brinda ninguna esperanza. Obviamente, este tipo de respuestas de alguna manera son alimentadas por una política. Creo que con esto se pone de manifiesto que la gente, a través de una protesta virulenta, haya dicho: “Señores: ¡así no!”

Este hecho es significativo en Santiago del Estero, pero también había pasado en La Rioja, en Jujuy, en Salta, en aquellos lugares a los cuales explícitamente se les está diciendo: “En esta nueva etapa, no tienen lugar”.

Con toda razón ellos quieren su lugar. Seguramente la gente se planteó que, si no tenían su lugar... incendiaban todo.

De alguna manera, la manifestación fue el llamado de atención para que las autoridades pensaran acerca del lugar que se les puede dar. Me parece que en los próximos años, de continuar esta tendencia, vamos a ver muchas manifestaciones de protesta -no digo quemar la Casa de Gobierno- de sectores sociales o regiones a quienes implícitamente se los condena, ya que se les da a entender que en la nueva etapa no van a protagonizar nada. 

6 de noviembre de 1994

Publicado en diario El Liberal. Santiago del Estero, Argentina.

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