Quipu de Cultura

 

Quipu de Cultura

 

Revista cultural de Santiago del Estero. Su primer número nació en la cárcel de Córdoba. Donde un grupo de presos políticos la editó artesanalmente. En 1980, durante la dictadura militar.

 


Julio Carreras

 

Por pedido del compañero cordobés Manuel Nieva, escribí sobre la revista Quipu de Cultura, que juntos hicimos en la cárcel, hacia 1980.

De gran tamaño -un pliego de cartulina doblado por la mitad y abrochado, unas sesenta y dos páginas- la hicimos totalmente a mano.

En su portada habíamos dibujado, como ilustración principal, la reproducción fiel de una escultura maya, representativa de las estaciones y el tiempo. Habían otras pequeñas ilustraciones en aquella gran portada. Todas dibujadas con tinta china y coloreadas con fibras.

El interior contenía varios artículos, sobre Historia, Filosofía, Música, Poesía. El artículo de Historia lo firmaba Alberto Assadurián. Manuel Nieva fue el encargado de escribir sobre Poesía. Por cierto habían también poemas, nuestros y otros seleccionados de la Gran Poesía Universal.

Dibujos. Casi todos hechos por mí, ya que era el único que sabía hacerlo. Por ello y mi experiencia como Redactor y Diagramador de la revista Posición, me habían asignado la responsabilidad de coordinar el equipo que se encargó de editarla.

 

Los hacedores

 

No sé de quién surgió la idea. Recuerdo que me la propuso el "Colorado" Calamari y que acepté. "Va a ser un laburo bárbaro" le dije. "Tendremos que seleccionar a compañeros que sean capaces de hacer las mejores letras de molde, tengan buena ortografía y sean muy prolijos".  Así lo hicimos. También, a los que mejor maña se daban, les asignamos las tareas de calcar dibujos, fotografías de otras revistas o guardas decorativas, para algunas páginas.

Formamos un comité de lectura, que tenía el propósito de valorar los contenidos y eventualmente señalar errores, formales o conceptuales. Santiago Lucero, Renato Colautti, Andrés Jujnovsky, Alberto Saharrea, se ocuparon de leer con mucha atención los artículos, redactados por sus autores con lápiz, en papeles de cualquier tipo, a veces con letra muy pequeña y caracteres difíciles de descifrar.

Luego de un par de reuniones, asignamos la responsabilidad de los artículos a redactar, convinimos que los familiares con recursos debían traernos las cartulinas, tinta china (negra y roja), reglas, escuadras y otros elementos para dibujo que precisaríamos.

 

 

La edición

 

Todo sucedió exactamente como lo planeamos y pronto nos pusimos manos a la obra. Hice un "mono" (esquema del proyecto) para articular las páginas con miras al armado y edición final. Luego de ello, entregamos a los compañeros "con buena letra" los originales de los artículos para "tipear".

En cada una de esas grandes páginas de cartulina -que debíamos editar con escrupuloso cuidado lo que consignábamos. Pues, por ejemplo: las páginas 5-6 debía "imprimirse" simultáneamente con las 27-28 y así sucesivamente -alternando una diagramación en cuatro o tres columnas. Excepcionalmente, algunos textos breves se incluían a una o dos columnas.

Con el propósito de no equivocarnos en la alineación, habíamos marcado muy suavemente, a lápiz, las columnas de cada página, midiéndolas a regla y escuadra para que fuesen exactamente iguales a sus pares, en cada tipo. Recuadros, igualmente señalados con lápiz, eran los espacios que los copistas debían dejar en blanco para incluir allí dibujos o calcos de fotografías (no recuerdo ahora las "fotos" que "imprimimos", tal vez la de Pablo Neruda, quizá Mario Benedetti).

Luego de terminadas las copias, los dibujos, el coloreo, tuvimos que borrar con gran delicadeza los esquemas del lápiz... y por fin apareció nuestra obra, radiante y realmente bella. Como un pájaro luminoso pleno de arte e imaginación. Nos sentíamos muy orgullosos de aquella obra. Creo que teníamos una base muy objetiva para ello. Quipu no tenía demasiado para envidiar a cualquier otra revista cultural impresa con medios técnicos y por especialistas. Nuestro mérito era haberla hecho totalmente a mano. Además de la cautela y sigilo que debíamos tener para evitar que los guardiacárceles se dieran cuenta de lo que fabricábamos, cada día, en nuestras celdas.

 

Quipu en la hoguera

 

Debo decir que durante un buen tiempo nos alegró la vida (como otras iniciativas artísticas que lográbamos articular en ese medio tan hostil). Aquel tiempo estaba impregnado por la tragedia, el dolor y la muerte, sin embargo. Que parecía cernirse como un pájaro negro, implacable, sobre nuestras alegrías. Para quitárnolas, emergiendo de donde menos lo esperábamos, súbitamente.

Cierto día hablé con el compañero encargado de hacer circular la publicación, para decirle que, a través de mi padre, quizá podríamos sacar la revista y preservarla en el exterior.

"La hemos quemado", contestó, bajando un poco la mirada.

"¡¿Por qué?!" exclamé, escandalizado.

"Las compañeras del pabellón de abajo han planteado que es una liberalada... Ponía en riesgo, innecesariamente, la Seguridad de todos los compañeros..."

Sentí furia. Angustia. Amargura. Pero me contuve. Únicamente me di la vuelta y fui a consolarme, solo en mi celda, lanzándome desesperadamente a pintar con óleo, en un chapadur calzado sobre un caballete que había confeccionado, uniendo con clavos tablitas de cajón (traídas de a dos o tres, con paciencia de hormiguitas, por los familiares, a mi pedido).

Quemar la revista... ¿fue una decisión correcta?... ¿nos ponía verdaderamente en riesgo de ser castigados -quizá hasta con la muerte: sabíamos que con tales asesinos esto era entonces perfectamente posible-?

¿O fue el "exceso de celo" de un pequeño grupo de compañeras y compañeros, auto constituidos en Tribunal Inquisidor  y "custodios de la seguridad colectiva"?

No lo sé. Tampoco importa ya. Debo decir en favor de aquellos compañeros que -como todos los que allí estábamos-, eran honestos en sus convicciones, habían arriesgado sus vidas por un mundo mejor, pagando duramente las consecuencias de tal militancia. Y sin duda actuaron de buena fe.

Lo cierto es que Quipu desapareció bruscamente. Mas no lo hizo sin dejar antes, en las consciencias y en las memorias de presos políticos y familiares, la maravillosa impronta de un glorioso gesto de libertad absoluta. Arrebatada por prepotencia de imaginación y entusiasmo, bajo las fauces mismas de los cancerberos, a aquella dictadura genocida.

 

 

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